lunes, 30 de marzo de 2020

El coronavirus, los árboles y el bosque


Todos rendimos pleitesía a la famosa sentencia “los árboles no nos dejan ver el bosque”, sin caer en la cuenta de que la mayoría de las veces nuestra conducta intelectual, a la hora de reflexionar sobre acontecimientos importantes, está determinada por el defecto que la referida sentencia señala. Que los árboles no nos dejan ver el bosque es una manera literaria de decir que las partes no nos dejan ver el todo, de decir que no vemos los distintos acontecimientos en su unión sino en su separación, de decir que no vemos lo universal que se haya contenido en un sinfín  de particularidades, de decir que las apariencias de las cosas no nos permiten ver sus esencias. En nuestras confrontaciones dialécticas usamos, la mayoría de las veces, la información y muy pocas veces la razón, no edificamos razonamientos, razonamientos que sólo pueden producirse si se está armado de conceptos, en nuestras confrontaciones dialécticas el saber enciclopédico le niega el lugar al saber conceptual.
El presidente francés, Enmanuel Macron, que no ganó las elecciones  bajo la bandera del socialismo ni del comunismo, ha dispuesto una serie de medidas económicas, en medio de la crisis desatada por el coronavirus, que son absolutamente socialistas; socialistas porque son medidas acometidas por el Estado, por el espacio de lo público, y socialistas porque tales medidas son para beneficiar al conjunto de la sociedad. Pues bien, ante este hecho, un hombre de izquierda, que augura el inminente desplome del capitalismo, dice solamente lo siguiente: “Macron parece comunista”; hizo este superficial comentario y siguió de largo. Señaló una particularidad y no hizo esfuerzo intelectual alguno por ver el alcance universal que esa particularidad encierra. ¿De dónde proviene esta conducta intelectual que está instalada en la cabeza de esa izquierda que se dice revolucionaria? De la ignorancia, de la ignorancia del mundo práctico, y de la ignorancia de los conceptos apropiados para la interpretación profunda de ese mundo práctico. Cuando se habla de que el capitalismo es un modelo fracasado, que va a desintegrarse de un momento a otro, lo único que se está haciendo es el pregón negativo de una destrucción, y no el pregón positivo de una construcción, la construcción de una sociedad postcapitalista, que, dicho sea del paso, solamente puede provenir de esta misma sociedad capitalista.  En la formación socio-económica que quiere superarse están los medios materiales  que hacen posible esa superación, el socialismo emana del capitalismo, y no puede ser de otra forma. El capitalismo es una descomunal fuente de injusticia social - en el año 2018, tan sólo 28 personas tenían el mismo dinero que los 3.800 millones de personas más pobres del mundo - pero la superación de esa bárbara injusticia social sólo puede darse a partir de una revolución social construida   sobre la base material de un capitalismo desarrollado, el mismo capitalismo desarrollado que rige en los países del llamado primer mundo. Para que quede claro, Revolución significa salto cualitativo en el desarrollo de una cosa, la cosa aquí es la forma socio-económica  bajo la cual la humanidad realiza la transformación de la naturaleza para su supervivencia y para su desarrollo material y espiritual.
La izquierda que se dice revolucionaria, o está en los libros, separada de la práctica económica, o está en la alegría superficial de las manifestaciones callejeras. Para esta izquierda el socialismo es concebido teóricamente, es concebido como un modelo ideal de sociedad, que puede ser construido en la cabeza, al margen del mundo capitalista y desde el cero, un socialismo meramente político, un socialismo nominal. Lejos de su cabeza está el concebir el socialismo como algo esencialmente económico, que surge en el seno de la propia realidad económica del capitalismo desarrollado. Dos son las características fundamentales del capitalismo: la propiedad privada y la libre competencia. Pero el capitalismo, al desarrollarse, por medio de la libre competencia, ha llegado al monopolio, es decir, ha llegado a su contrario, y para llegar al monopolio ha necesitado que la propiedad del capital se haga social, ha repartido la propiedad en millones de accionistas, es decir, ha llegado a su contrario, a la propiedad social del capital de las grandes empresas, aunque en muchos casos esas empresas estén todavía bajo el control de la clase capitalista. 
La crisis del coronavirus ha venido a poner en primer plano la contradicción capitalismo-socialismo, contradicción esta que se está mostrando a lo largo del amplio mundo de la manera más diversa. Enmanuel Macron en Francia, mundo capitalista desarrollado, y Nayib Bukele en El Salvador, mundo capitalista subdesarrollado, que no han llegado al poder político bajo la bandera del socialismo o del comunismo, han dictado para sus respectivos países medidas económicas absolutamente socialistas. Ese socialismo suyo es una demostración en la práctica, de la necesidad de socialismo que el mundo tiene, es una demostración en la práctica de que el capitalismo, esto es el dominio de lo privado sobre lo público, es incapaz de afrontar, para el beneficio social, todas las consecuencias negativas venidas de la mano de la pandemia del coronavirus, tanto en el campo de la salud como en el campo de la economía.
¿Cómo se manifiesta en el seno de la clase capitalista, que controla las grandes empresas financieras, empresas industriales, empresas comerciales y de transporte,  empresas de extracción de materias primas, esta necesidad de socialismo, que la humanidad a nivel mundial tiene? Para dibujar una respuesta a esta pregunta, trasladémonos al país del capitalismo extremo, trasladémonos a los Estados Unidos de América. Las empresas de aerolíneas de este país -por centrarnos en un sector de la economía-  han solicitado un rescate de 50.000 millones de dólares; no lo han solicitado a uno de los miembros de la clase capitalista que posee un patrimonio personal de 110.000 millones de dólares, Bill Gates, sino que lo han solicitado al Estado, esto es, a la sociedad, a la misma sociedad a la  que se le niega permanentemente la propiedad de estas grandes empresas y el  uso social de sus beneficios. Esta clase capitalista, que es ya desde hace muchos años parasitaria, que su existencia como clase que impulsa el desarrollo económico ha dejado de ser necesaria, demuestra también en la práctica la necesidad  de socialismo, demuestra en la práctica que el capitalismo en los momentos de crisis económicas nada puede hacer por salvar a esas empresas que son demasiado grandes para caer, demuestra en la práctica que hace ya mucho tiempo que el socialismo se necesita para mantener sus fortunas intactas, que es para lo que los capitalistas quieren el socialismo.
La crisis del coronavirus demuestra de manera transparente, sin disertación teórica alguna, sin enredos dialécticos, sin panfletos socialistas,  que ya es hora de que la propiedad de las grandes empresas, cualesquiera que sea su actividad económica, pase de pleno a ser de propiedad social, que ya es hora de que los millonarios dejen de ganar dinero por su actividad meramente financiera,  rentista, no productiva, y que dejen de tener de una vez para siempre la posibilidad de seguir apropiándose de trabajo ajeno.

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