Trabajos de Vicente Umpiérrez Sánchez sobre filosofía, social política, teoría musical crítica y poesía.
sábado, 4 de abril de 2020
jueves, 2 de abril de 2020
La flecha de la belleza artística
Dice el filósofo Nietzsche que la belleza es una flecha que llega lentamente. Estoy hablando de la belleza artística. Lo bello en el arte solamente se produce mediante lo altamente elaborado, y para producir lo altamente elaborado, el artista creador tiene que elaborarse primero a sí mismo durante muchos años. Sus creaciones, cuanto más profundas, más tiempo necesitan para llegar al gran público, máxime cuando en la actualidad ese gran público está invadido por el arte superficial y comercial. El gran artista se construye a sí mismo y construye a su público, el gran artista ha de ser un conquistador de mentes y de corazones. El arte superficial es explosivo pero inmediatamente muere en su propia explosión. Todos los artistas, artistas superficiales, que, por ejemplo, en su día envidiaron a Mozart, no aparecen por ningún lado de la Historia, ni ellos, ni sus creaciones. Paciencia siempre, desesperación nunca. La belleza es una flecha que llega lentamente, y cuando llega se convierte en una poderosa estrella que lo invade todo con una poderosa luz que va directamente a las profundidades del alma. Paciencia siempre, desesperación nunca.
Entre la solidaridad y la caridad cristiana
La manera que tiene el sistema capitalista de tratar a la pobreza es mediante el recurso de la solidaridad, el de la caridad cristiana, el cual tiene siempre como resultado que nada cambia, que el pobre se mantiene en su pobreza y el rico se mantiene en su riqueza. La caridad cristiana que impera en nuestra sociedad capitalista está muy lejos de llegar al fundamento cristiano que así reza: "ama al prójimo como a ti mismo". Son multitud los que bajo la bandera de la labor social usan a los más necesitados como medio para subir ellos en el escalafón social y para estar permanentemente en los medios de comunicación, acumulando méritos para coyunturas futuras. Los pobres necesitan pan, pero es pan duro lo que reciben, ni siquiera se les pone los medios para su liberación espiritual, los medios para acceder a la alta cultura y al alto arte. El sistema de propiedad privada de las materias primas, de los recursos financieros, de las grandes empresas de industria y comercio, de las grandes empresas tecnológicas, de los grandes empresas de comunicación y entretenimiento, jamás es cuestionado, cuando en esencia es este sistema de apropiación privada de lo que es producido socialmente el que niega incesantemente el mandamiento cristiano de amar al prójimo como a uno mismo.
Clase magistral
De vez en cuando asisto en internet a una máster class de música, una clase magistral, traducido al cristiano. ¡Cuán provincianos somos aquí todavía! Una cabeza medianamente crítica se da cuenta al instante de que lo magistral, lo que se dice magistral, no aparece por ningún sitio, todos los ponentes cuentan siempre lo mismo: unos cuantos archiconocidos clichés de la música de Jazz, pero cero conceptos, y sin conceptos poco magisterio, por no decir ninguno, puede impartirse. Precisamente, por la carencia de conceptos uno puede escuchar en esas clases los disparates más apoteósicos, como, por ejemplo, cuando se habla de “acordes que no pertenecen a la tonalidad”, cuando debería hablarse de acordes que no pertenecen a la escala diatónica en base a la cual se construye una determinada tonalidad; lo que no es igual a que esos acordes no pertenezcan a la tonalidad. ¿Cómo se le puede dar el atributo de magistral a una clase de música que no sale de un nivel tan primario y, aún en ese nivel, comete errores garrafales? Pues, porque se piensa que lo magistral se alcanza no mediante un trabajo duro y sacrificado de años, sino que se alcanza mediante el aprendizaje superficial y en poco tiempo de cuatro fórmulas y de cuatro pobres definiciones de la teoría elemental de música, con la creencia de que se está en el máximo nivel del saber musical. Son espíritus sobrios, esto es, espíritus que viven y se conforman con lo poco. Y, de esa manera, la dictadura de la mediocridad sigue avanzando, construyendo un desolador y asfixiante desierto de arte y cultura.
La filosofía de la ignorancia
Un spot publicitario. Parejas que hablan de sus hijos. En un momento de la plática uno de los personajes dispara la ya trillada y nunca cuestionada sentencia: “Nadie tiene la verdad absoluta”. Se entra así, desde la ignorancia, caprichosamente y sin pedir permiso, en el campo de la Filosofía. Según esa sentencia, esa propia afirmación se está negando a sí misma y, por lo tanto, se le puede oponer la afirmación contraria: “Siempre hay alguien que tiene la verdad absoluta”. Un callejón sin salida, que se produce inevitablemente cuando se carece del modo de saber filosófico. Si se habla de verdad absoluta, habrá que hablar de verdad relativa, pero cuando se entra en el libro Historia de la Filosofía de Hegel, por ningún lado aparece la contradicción verdad absoluta-verdad relativa, lo que sí aparece es la cuestión de si existe una filosofía que sea la verdadera, o si es posible conocer cuál es entre las distintas filosofías la filosofía verdadera. Planteado el interrogante, se trata, entonces, de decidir cómo se aborda su respuesta, si de modo metafísico o de modo dialéctico. Será en otro momento.
El fascismo doméstico
Hay personas a las que no se les puede dar un puesto de poder porque a la mínima de cambio comienzan a sacar a pasear toda su maldad y amargura. Como no son capaces de ejercer autoridad ejercen dictadura, para tal menester se apoyan en los cobardes aduladores. Pero cuando pierdan el poder, estos aduladores son los primeros que se ponen a disparar en contra de suya, que es lo que inevitablemente sucede cuando las relaciones personales no tienen como base la lealtad sino la conveniencia. Grande fue el poder que tuvo en sus manos el fascista Mussolini, pero cómo acabó, fusilado y tirado en el suelo tal si fuera un repugnante y maloliente insecto, donde fue sometido a ultrajes por la enardecida muchedumbre. El solito se labró ese macabro futuro. Nuestro mundo actual está infestado de pequeños Mussolinis, y es tanta la enajenación a la que les tiene sometida su soberbia, que son incapaces de atisbar la luz negra de su horroroso futuro. Que se vayan confesando, a ver si tienen suerte y la justicia celestial desciende hasta sus oscuras almas a prestarles ayuda.
El apego material
El apego material es una esclavitud, una asfixiante dictadura que nos imponemos sin prestar atención a las funestas consecuencias que acarrean a la edificación de nuestra persona. Cuanto más dinero tenemos mayor es nuestro infortunio, en lugar de ser nosotros dueños de las cosas, las cosas se adueñan de nosotros. Desde que tropezamos con ellas en el comercio, nos demandan que las compremos y acatamos, sin cuestionamiento alguno, sus órdenes, y allá que nos vamos con el televisor más nuevo y más grande, y el más caro. Cuando por fin, con escaso entusiasmo, nos decidimos a darle uso, lo hacemos no para ver una película de calidad, un documental de los buenos, que sirva de sano y luminoso alimento a nuestro hambriento espíritu, sino que, en su lugar, vemos cualquier programa de tele basura. Nuestro espíritu hambriento de elevada cultura y nosotros, una y otra vez, lo alimentamos con basura. Edificamos así un espíritu débil, enfermizo, que donde único encuentra satisfacción, efímera satisfacción, es en la compra compulsiva de cosas que están mucho más allá de nuestras verdaderas necesidades. Y entre esas cosas esta nuestra casa, una casa grande, tan grande que nos falta tiempo material para conseguir darle vida a cada uno de sus innumerables rincones. La casa está en nosotros, pero muy poco de nosotros hay en nuestra casa. Tenemos casa pero carecemos de hogar. Tenemos riqueza material pero nuestro espíritu, nuestra alma, vive en la pobreza extrema.
El arte como sucedáneo de la religión
Estoy en un concierto. En el escenario, una cantante y un pianista acompañante. En un momento de la actuación, la cantante se recuesta en el suelo, justo debajo del piano, mientras el pianista toca. Ese frívolo acto es una notoria manifestación de falta de inventiva, la cual es consecuencia inevitable de un pobre saber musical. Cuando la sabiduría musical es grande, todo lo que se lleva al escenario es musical y solamente musical, lo extra musical no tiene cabida, no tiene razón de ser en la creación musical ni en la interpretación de lo creado. Acaba el concierto y escucho a una persona decir lo siguiente: "Me encantó cuando se tendió en el suelo, debajo del piano, me encantó". Inmediatamente me viene al pensamiento esta sentencia de Nietzsche: "El arte es un sucedáneo de la religión". Por lo general, se produce una entrega desmesurada y ciega, religiosa, a todo lo que viene precedido de fama; ceguera que, por otra parte, impide distinguir la calidad y profundidad de un pensamiento musical sin aditamentos y carente de la cegadora luz de la fama.
La ignorancia queriendo
Está la ignorancia sin querer y está la ignorancia queriendo. La ignorancia queriendo tiene por lo general estudios universitarios, pero es una ignorancia que estudió una vez y que ya no volvió a estudiar más, además, como holgazana que es, se pasa la vida intentando en vano aprender inglés en quince días, y quien dice inglés dice, por ejemplo, música. Ante la sabiduría, se vuelve extremadamente arrogante, con la permanente pretensión de querer elevar su opinión a la categoría de juicio, al tiempo que se empeña en rebajar el juicio de la sabiduría a la categoría de opinión. Se niega a reconocer que para el establecimiento de un juicio es necesario tener conocimientos de la materia que se juzga. No se le puede llevar la contraria, porque se ofende, defendiéndose siempre con el mismo manido argumento: todos tenemos derecho a opinar. A opinar todos tenemos derecho, pero a juzgar solamente tiene derecho el que sabe. La sabiduría no vive de la opinión, sino del juicio, y sobre aquello que no conoce, no opina y, ni mucho menos, hace un juicio, en su lugar hace preguntas y solamente preguntas.
Entre la sabiduría y la ignorancia
Hay dos formas de llamar la atención, una positiva y otra negativa, la positiva se basa en la discreción, la negativa, en todo lo contrario, en la indiscreción. La indiscreción es consecuencia inevitable de la ignorancia, la cual en lugar de hacer preguntas, realiza afirmaciones, alzándose con atrevimiento a llevar la contraria a la sabiduría. La sabiduría tiene como fundamento el no hablar de lo que no conoce, ni hablar de lo que conoce a medias hasta que no lo conozca por entero. El sabio escucha y por eso aprende, el ignorante habla y no escucha, por eso no aprende y acrecienta sin cesar su ignorancia. La ignorancia se mueve en busca de poder, la sabiduría en busca de autoridad. A la ignorancia la mueve la vanidad, a la sabiduría el éxito interior. La ignorancia tiene como principal meta el darse a conocer, por eso es que alegremente se sube al escenario a mostrar sus escuálidas producciones espirituales. La sabiduría tiene como meta permanente en su vida el conocer, por eso es que nunca sube al escenario aquello que no está suficientemente elaborado, aquello que no merece ser mostrado. La ignorancia tiene como defecto estructural la soberbia, la sabiduría tiene como virtud estructural la humildad. No puede haber humildad donde no hay sabiduría.
Lo universal en lo particular
Hay personas a las que no se les puede señalar la luna porque se quedan mirando al dedo, y si se les señala una estrella, también se quedan mirando al dedo, aún si se les señala una galaxia entera, se quedan mirando al dedo. El dedo es lo particular, lo no esencial, la luna, la estrella, la galaxia, son lo universal, lo esencial. Si, por ejemplo, estoy hablando de la falta de comportamiento respetuoso en el seno de una pareja y pongo como ejemplo un caso particular, lo primero es lo esencial, a lo que hay que prestar la máxima atención, lo segundo es lo accesorio, lo no esencial. La presencia de lo particular, lo no esencial, lo impone la realidad, que nos dice: Lo universal sólo puede existir en lo particular .
miércoles, 1 de abril de 2020
El brindis de Bertín Osborne
El cantante y empresario español Bertín Osborne hizo un breve discurso que difundió por medio de las redes sociales. Un bobalicón discurso repleto, en extremo, de vacío y de superficialidad, cosa de esperar, porque este tal Bertín tiene por osamenta la ignorancia. Señaló que el conjunto de los españoles estaba por encima de sus dirigentes e hizo alusión a la precariedad de medios materiales que los sanitarios españoles padecían en la presente lucha en contra de la pandemia del coronavirus; al final del discurso alzó una copa de vino e hizo un brindis patriotero ñoño y barato, de últimas rebajas, de todo a un euro. Una prensa de derecha manifiesta que el referido cantante dejó por los suelos al gobierno. Esta prensa y este atrevido ignorante deberán pensar que el total de todos los españoles somos gente sin cabeza. Para poner por los suelos a un gobierno, independientemente de la tendencia política del mismo, uno está obligado a demostrar no con palabras, sino con hechos, que uno posee una capacidad de organización y de dirección que está por encima de la capacidad de ese gobierno al cual se critica. ¿Cómo una persona que es incapaz de hilvanar un discurso con fundamento, un discurso que no vaya más allá de una cómica cantinflada, pretende hacernos creer que él posee una capacidad de gobierno que está por encima de la de nuestros dirigentes actuales?
Vamos a ubicar al amigo y simpático Bertín, él es persona de derecha, en el plano de la política, y en el plano de la economía, es persona perteneciente a la clase capitalista, el compañero ingresa anualmente dos millones de euros. No es pecado, ni es delito ser de derecha, pero sí es pecado y sí es delito olvidarse, en estos momentos críticos en los que vivimos a nivel mundial, de dos de las reivindicaciones sobresalientes de la derecha: el adelgazamiento del Estado y la privatización de los servicios de salud. ¿Qué significa concretamente, y en la práctica, el adelgazamiento del Estado? Significa, nada más y nada menos, que disminuir el número de personal que trabaja en la sanidad pública y disminuir los recursos materiales destinados a la misma. ¿Qué significa la privatización de los servicios de salud? El significado más crudo y más criminal lo encontramos en el país, que esta derecha a la que pertenece Bertín Osborne, tiene por paradigma, los Estados Unidos de América; un ejemplo, una persona es tratada del coronavirus, sale del hospital curada y con una factura de 35.000 dólares, por carecer de seguro privado, 27 millones de personas carecen de seguro privado en el referido país.
Uno de cada cinco españoles vive con menos de 8.500 euros al año, el camarada Sr. Osborne gana por la actividad de sus negocios 2 millones de euros al año, esto es, 235 veces lo que gana uno de los referidos españoles, extrema desigualdad, extrema y bárbara injusticia social. ¿Cómo se muestra Bertín Osborne en su discurso? Como un español más, es decir se iguala al resto de la gran mayoría de los españoles, trabajadores asalariados, autónomos y pequeños empresarios, por medio de las palabras, por medio una emoción empalagosa, pero se niega a igualarse por medio de lo material. Igualarse por medio de lo material significa sencillamente, que el que más gane ingrese una cantidad que sea moderadamente superior al que menos gane, una desigualdad justa y civilizada, y no una desigualdad injusta y bárbara, como es la desigualdad que existe entre, por ejemplo, el cantante Bertín Osborne y uno de los referidos ciudadanos españoles.
De lo que no se da cuenta Bertín Osborne, su pobre intelectualidad no le alcanza, es que, gracias a la situación desatada por la pandemia del coronavirus, el mundo que él defiende se está resquebrajando y está mostrando todas sus contradicciones de manera escandalosa, directa y cruda, que la contradicción entre capitalismo y socialismo ha pasado a primer plano, y que esta situación de crisis de salud y crisis económica, que se vive a nivel mundial, hace que su discurso sea, además de bobalicón y empalagoso, repugnante.
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