El apego material es una esclavitud, una asfixiante dictadura que nos imponemos sin prestar atención a las funestas consecuencias que acarrean a la edificación de nuestra persona. Cuanto más dinero tenemos mayor es nuestro infortunio, en lugar de ser nosotros dueños de las cosas, las cosas se adueñan de nosotros. Desde que tropezamos con ellas en el comercio, nos demandan que las compremos y acatamos, sin cuestionamiento alguno, sus órdenes, y allá que nos vamos con el televisor más nuevo y más grande, y el más caro. Cuando por fin, con escaso entusiasmo, nos decidimos a darle uso, lo hacemos no para ver una película de calidad, un documental de los buenos, que sirva de sano y luminoso alimento a nuestro hambriento espíritu, sino que, en su lugar, vemos cualquier programa de tele basura. Nuestro espíritu hambriento de elevada cultura y nosotros, una y otra vez, lo alimentamos con basura. Edificamos así un espíritu débil, enfermizo, que donde único encuentra satisfacción, efímera satisfacción, es en la compra compulsiva de cosas que están mucho más allá de nuestras verdaderas necesidades. Y entre esas cosas esta nuestra casa, una casa grande, tan grande que nos falta tiempo material para conseguir darle vida a cada uno de sus innumerables rincones. La casa está en nosotros, pero muy poco de nosotros hay en nuestra casa. Tenemos casa pero carecemos de hogar. Tenemos riqueza material pero nuestro espíritu, nuestra alma, vive en la pobreza extrema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario