Está la ignorancia sin querer y está la ignorancia queriendo. La ignorancia queriendo tiene por lo general estudios universitarios, pero es una ignorancia que estudió una vez y que ya no volvió a estudiar más, además, como holgazana que es, se pasa la vida intentando en vano aprender inglés en quince días, y quien dice inglés dice, por ejemplo, música. Ante la sabiduría, se vuelve extremadamente arrogante, con la permanente pretensión de querer elevar su opinión a la categoría de juicio, al tiempo que se empeña en rebajar el juicio de la sabiduría a la categoría de opinión. Se niega a reconocer que para el establecimiento de un juicio es necesario tener conocimientos de la materia que se juzga. No se le puede llevar la contraria, porque se ofende, defendiéndose siempre con el mismo manido argumento: todos tenemos derecho a opinar. A opinar todos tenemos derecho, pero a juzgar solamente tiene derecho el que sabe. La sabiduría no vive de la opinión, sino del juicio, y sobre aquello que no conoce, no opina y, ni mucho menos, hace un juicio, en su lugar hace preguntas y solamente preguntas.
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