buscando palabras extraordinarias
para confeccionar versos.
Yo, pobre ignorante,
busco poemas en los diccionarios.
Mientras tanto, cerca de mí,
estalla una guerra, dos hombres
se amenazan con puñales
y se ofrecen la muerte.
Yo, inmutable, sigo transitando
en medio del ruidoso tráfico de las sílabas,
todavía sin encontrar las palabras bellas.
Por fin, la muerte alcanza
a uno de los hombres y su sangre
desemboca en las páginas de mi diccionario,
lugares ausentes por donde transito.
Todas las palabras, incluidas las extraordinarias,
se ahogan en el rojo y se mueren.
En un desierto sin luz
se transforma mi diccionario:
un libro muerto, desnudo y seco.
Condenado quedo a morir
como poeta de versos gélidos,
huérfanos de emoción, de poesía
y de atinado pensamiento.