De vez en cuando asisto en internet a una máster class de música, una clase magistral, traducido al cristiano. ¡Cuán provincianos somos aquí todavía! Una cabeza medianamente crítica se da cuenta al instante de que lo magistral, lo que se dice magistral, no aparece por ningún sitio, todos los ponentes cuentan siempre lo mismo: unos cuantos archiconocidos clichés de la música de Jazz, pero cero conceptos, y sin conceptos poco magisterio, por no decir ninguno, puede impartirse. Precisamente, por la carencia de conceptos uno puede escuchar en esas clases los disparates más apoteósicos, como, por ejemplo, cuando se habla de “acordes que no pertenecen a la tonalidad”, cuando debería hablarse de acordes que no pertenecen a la escala diatónica en base a la cual se construye una determinada tonalidad; lo que no es igual a que esos acordes no pertenezcan a la tonalidad. ¿Cómo se le puede dar el atributo de magistral a una clase de música que no sale de un nivel tan primario y, aún en ese nivel, comete errores garrafales? Pues, porque se piensa que lo magistral se alcanza no mediante un trabajo duro y sacrificado de años, sino que se alcanza mediante el aprendizaje superficial y en poco tiempo de cuatro fórmulas y de cuatro pobres definiciones de la teoría elemental de música, con la creencia de que se está en el máximo nivel del saber musical. Son espíritus sobrios, esto es, espíritus que viven y se conforman con lo poco. Y, de esa manera, la dictadura de la mediocridad sigue avanzando, construyendo un desolador y asfixiante desierto de arte y cultura.
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