domingo, 31 de julio de 2016

Maestro, alumno y autonomía


Son muchos los años que llevo dedicado a la docencia musical. Como profesor, como maestro, no me he estado quieto nunca, permanentemente he ido renovando y ampliando las fronteras de la enseñanza que pongo en práctica, en lo referente a los contenidos y a los métodos. Intento ser un nuevo profesor cada día, para  tal fin me he formado y me sigo formando. La educación musical que yo defiendo se somete de continuo a los criterios de verdad de la práctica y el pensamiento lógico, sus contenidos y métodos se basan en la ciencia y no en la creencia. Siempre he buscado la autonomía para mis alumnos, pero no siempre he conseguido que todos ellos sepan exactamente en qué consiste esa autonomía y cómo se alcanza. Hay personas que piensan que el tener autonomía es un asunto de mera voluntad; hoy, un día cualquiera, me levanto de la cama y, lleno de euforia, grito: “a partir de ahora voy a ser absolutamente autónomo”. Estoy pensando en la autonomía como músico, como músico docente, como músico teórico, como músico intérprete, como músico compositor. La autonomía es fruto de una dependencia, la autonomía como músico depende del saber musical que se tiene; cuanto mayor es ese saber mayor es la autonomía. El voluntarista, el que vive en un mundo ideal que le tiene completamente invadida su cabeza, cree que su autonomía puede ser independiente del saber que se tiene. Ese saber me lo tiene que dar alguien, de forma directa o por medio de publicaciones, y ese alguien puedo ser yo mismo, siempre que por cuenta propia, de forma autodidacta, sea yo capaz de hacer el largo y sacrificado recorrido que es necesario para hacer acopio de un saber musical verdadero que te convierta en músico verdaderamente autónomo. Si alguien dice, por ejemplo, que es autónomo como músico compositor, tal afirmación no puede quedarse en la mera teoría, porque en la teoría hasta el rascacielos más descomunal es posible, hay que ir a la práctica, y ver cuántas composiciones, y con qué calidad, ha producido esa supuesta autonomía; la práctica es un aplastante e infalible criterio de verdad.
Como autodidacta que soy, al principio tuve que acudir a libros de armonía como el de Zamacois; no había manera que yo pudiera conectar las enseñanzas de ese libro con la composición musical práctica, de forma que si me ponía a componer para guitarra terminaba acudiendo al oído; cosa que para mí suponía una gran contradicción: estar en posesión de un saber musical supuestamente verdadero y no poder, en el papel y no moviendo dedos en la guitarra, desplegar de forma consciente un pensamiento musical dotado de cierta profundidad. Cuando en el libro de Zamacois se dan unas normas para cumplimentar correctamente determinados enlaces de acordes, que tienen como fin evitar las quintas y octavas paralelas, el alumno y el profesor que se guían por ese libro desconocen que lo de las quintas y octavas paralelas es un asunto del Contrapunto y no de la Armonía, y que para una correcta conducción de las voces lo que se tiene que hacer es aprender contrapunto en unión con la armonía, en lugar de aprender centenares de normas que para lo único que sirven es para pasar, aunque sea con un sobrio aprobado, un examen. Un libro como el de Zamacois es imposible que te de la autonomía como músico compositor; la armonía que te da Zamacois y la armonía que se encuentra en la obra de los maestros no son, ni de lejos, la misma cosa.
Seguí buscando, di con unos cuantos libros de armonía más útiles que el de Zamacois, más pegados a la práctica compositiva, pero aún tenía que seguir acudiendo al oído para culminar una composición, hasta que me encontré con Jazz Composition & Orchestration de William Russo, ochocientas páginas, en inglés, al que acudía yo con mi pobre inglés aprendido en el instituto; dura fue la batalla, lento el progreso, pero al final me estaba haciendo con un saber que si me daba autonomía como músico compositor. Uno de esos saberes fue el del Contrapunto, un contrapunto que me permitía componer una escritura musical a dos voces, por ejemplo, tonalmente coherente, que me liberaba de la dependencia improductiva de la Armonía de Zamacois, y que además me aportaba la autonomía para analizar una fuga de Bach que fuera más allá de lo meramente descriptivo, y por medio de ese análisis sacar aprendizaje para mi actividad como compositor. Entré de esa manera en una dependencia productiva, dependencia del saber musical de William Russo, y cuanto más acopio hice yo de ese saber que este músico teórico y compositor me daba mayor era mi autonomía como músico compositor.
Actualmente no doy a mis alumnos el Contrapunto tal y como lo aprendí de William Russo, pero lo esencial se sigue manteniendo; así pues, gracias a este músico me hice yo más autónomo como músico docente y más autónomo como músico compositor.
De la dependencia improductiva, que tenía con Zamacois, pasé a la dependencia productiva, que llegué a tener con William Russo; el primero negaba mi autonomía mientras que el segundo la afirmaba. Hasta el resto de mis días seguiré dependiendo de William Russo, de su sabiduría, hasta el resto de mis días seguiré haciendo público mi eterno agradecimiento hacia su persona.

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