domingo, 9 de mayo de 2021

El marxismo y la existencia de Dios


 Una persona que se presenta como marxista manifiesta que la ciencia no ha podido demostrar la existencia de Dios, aunque tampoco se ha podido demostrar su no existencia. Añade que ante tal fenómeno la mejor postura es la agnóstica. Agnosticismo quiere decir que como no es posible conocer la verdad de las cosas, lo mejor es ni afirmar ni negar. Engels dice —con mucha razón— que el agnóstico es un ateo vergonzante. El marxismo unido a la creencia de que es mediante la ciencia como se puede demostrar la existencia o no existencia de Dios es una contradicción en el adjetivo. El círculo cuadrado es una contradicción en el adjetivo, el adjetivo contradice al sustantivo. Si la demostración de la existencia o no existencia de Dios es un asunto de la ciencia, tendríamos que preguntarnos inmediatamente qué rama de la ciencia se ocupa o se ha ocupado de este fenómeno; la respuesta es simple: ninguna. Dios es una creación del hombre, que al hombre religioso se le presenta como que es él quien ha sido creado por Dios. Lo que es reflejo, Dios, aparece como lo reflejado, y lo que es lo reflejado, el hombre, aparece como reflejo.  Lo que es una creación suya se desprende de él y lo domina. El marxismo —el marxismo de Marx y no una caricatura de marxismo— nos explica claramente, de forma filosófica científica,  el asunto de la existencia de Dios.
 

Nos trasladamos a El Capital, al tomo I del Libro 1, en el apartado El fetichismo de la mercancías: “Lo misterioso de la forma de mercancía consiste, pues, sencillamente en el hecho de que les refleja a los hombres los caracteres sociales de su propio trabajo como caracteres objetivos de los productos del trabajo, como propiedades naturales de estas cosas, y, por tanto, también refleja la relación social de los productores con el trabajo total como una relación social de los objetos, existente fuera de ellos”.
Antes de proseguir con el asunto que tratamos es necesario que nos detengamos aquí un poquito. En el Feudalismo, tanto lo que producía el siervo para sí mismo como lo que producía para el señor feudal, no se producía bajo la forma de mercancía, no se producía como valor de cambio, sino que se producía como valor de uso. De esta forma las relaciones socioeconómicas, relaciones de producción, entre el siervo y el señor feudal quedaban claras: una parte de lo producido por el siervo era apropiado por el señor feudal. Pero en capitalismo no se produce por el valor de uso —de forma inmediata—sino que se produce por el valor de cambio, se produce para vender. En el Feudalismo una parte de la producción del siervo—la que no era entregada al señor feudal— era para consumo de él y de su familia, era producida como valor de uso; en cambio, en el capitalismo el trabajador solamente produce valor de cambio, su producto ahora adquiere forma de mercancía, y los valores de uso que necesita para producir y reproducir su existencia tiene que adquirirlos también en forma de mercancías. Si soy un productor que trabajo en una fábrica de comidas preparadas y unos de lo productos que creo, en unión con otros trabajadores, es una tortilla; esa tortilla se distingue de la tortilla que preparo y consumo en mi casa en que la primera es producida como mercancía, esto es, es producida por su valor de cambio, mientras que la segunda no es producida como mercancía, no es producida por su valor de cambio, sino que es producida por su valor de uso. Una vez que la producción es producción solamente de mercancías, comienza la oscuridad y el misticismo a la vez. La forma de mercancía hace que lo que son caracteres sociales  de su propio trabajo se les presente a los hombres como caracteres objetivos de sus productos. La forma de mercancía hace que lo que son caracteres sociales de su propio trabajo se les presente como propiedades naturales de sus productos. La forma de mercancía hace que la relación social de los productores con el trabajo total —el trabajo de las distintas ramas de la producción— se les presente como una relación social de los objetos —por ellos producidos— y cuya existencia existe fuera de ellos. Esa existencia se convierte en un poder sobrenatural, suprasensible, más allá de los sentidos, y que domina a los propios productores, los trabajadores. Esta inversión de la realidad se produce independientemente de la voluntad de los hombres y, por lo tanto, mientras se siga produciendo como mercancía, esta inversión de la realidad seguirá existiendo. 

Este poder independiente —que ha sido creado por el hombre y que, sin embargo, lo domina a él, y que se le presenta como que está fuera de él— se hace aún más aplastante cuando el valor de la mercancía —la cantidad de trabajo humano contenida en ella— sufre la siguiente metamorfosis:  de existir en forma de Valor de Uso pasa a existir en forma de Dinero, cuando, por ejemplo, un rascacielos —resultado de un trabajo social inmenso— se vende, y mediante esa venta, su valor pasa a la forma de dinero, desapareciendo así la verdad de su procedencia, que es producto de trabajo social. Este misticismo de la mercancía cuando existe en forma de dinero se manifiesta intensamente en un spot publicitario que dice más o menos así: “El dinero no crece en los árboles, el dinero crece con Amazon; invierte en acciones de Amazon”. Nadie ve contradicción alguna en ese anuncio y, mucho menos, ve lo que ese anuncio manifiesta: Que el dinero —una forma transfigurada del valor de la mercancía, una forma transfigurada de trabajo humano— se le presenta al conjunto de la sociedad como una cosa que es capaz de multiplicarse por sí misma, que es capaz de hacerte rico si eres un mago financiero, y si no te haces rico, no es porque seas miembro de una clase que es explotada por otra clase, sino porque no has tenido suficiente oportunidades en la vida y has tenido mala suerte. Así, con esta inversión de la realidad, se justifica la descomunal riqueza de la que es propietaria una persona como, por ejemplo, Bill Gates.
 

Vamos ahora con una segunda cita que es complemento de la primera. “Esa aparente relación entre los objetos —entre las mercancías— no es más que la relación social determinada de los mismos hombres, la cual adopta aquí —en el mundo donde los productos del trabajo adoptan la forma de mercancía— la forma fantasmagórica de una relación entre cosas. De ahí que para hallar una analogía tengamos que trasladarnos a las regiones nebulosas del mundo religioso. Aquí, los productos del cerebro humano parecen dotados de vida propia, independientes, en relación entre sí y con los hombres. Lo mismo ocurre en el mundo de las mercancías con los productos de la mano humana. Esto es lo que yo llamo fetichismo, que se adhiere a los productos del trabajo en cuanto se producen como mercancías y que, por consiguiente, es inseparable de la producción de mercancías”.
Esta es la posición del marxismo —del marxismo de Marx— en relación a los productos humanos, uno material (la mercancía) y el otro inmaterial los seres del mundo religioso. En ambos casos, lo que es creación del hombre se presenta como algo que existe fuera de él, con un poder sobrenatural y que lo domina. Marx plantea el problema de la religión, el problema de la existencia de Dios, como el resultado de una producción espiritual humana: Dios es una creación del hombre y no el hombre es el resultado de una creación de Dios. Es por medio de las ciencias sociales y no por medio de las ciencias naturales cómo se llega a la verdad de la existencia de Dios; algo que es producido por las cabezas de los hombres y que existe solamente en la cabeza de los hombres, pero que, sin embargo, a los hombres se les presenta como algo que existe fuera de él y que existe de por sí.
 

Nos falta una última cita de Marx, que dividiremos en dos, para entender cuándo será que Dios desaparecerá definitivamente de entre los vivos. La cita: “El reflejo religioso del mundo real solo puede desaparecer, en general, cuando las relaciones de la vida práctica cotidiana representen día a día, para los hombres, relaciones claramente racionales entre sí y con la naturaleza”. Pongamos atención primero a “Relaciones racionales de los hombres entre sí”. ¿Qué es lo contrario de lo racional? Lo irracional. Es irracional que a nivel mundial tan solo una extrema minoría de 26 personas posean la misma riqueza que la mitad de la población planetaria, 3.800 millones de personas. Es irracional que en España un futbolista como Messi —un capitalista que da patadas a un balón— gane, en cuatro años, más de 500 millones de euros, o que el rentista Amancio Ortega gane en un año —solamente en concepto de dividendos— unos 1.200 millones de euros; es irracional porque al mismo tiempo —acentuado por la COVID-19— existen en España 10 millones de pobres.
Pongamos atención ahora a “Relaciones racionales del hombre con la naturaleza”. Vamos a un ejemplo de los miles que existen.  El mar de Aral, entre Kazajistán y Uzbekistán, era el cuarto lago más grande del mundo en la década de los 60 del siglo pasado. Los sistemas de riego para cultivos de cereal y algodón a partir de esa época provocaron que en la actualidad su superficie se haya reducido en un 90%. 

Pero donde las relaciones entre los hombres adquieren el culmine de lo irracional son en las guerras; el mundo capitalista tiene en su haber dos guerras mundiales —la segunda con más de 50 millones de personas muertas— y un sinfín de guerras locales, detrás de las cuales está la mayoría de las veces los intereses económicos del imperialismo occidental en general. Tamaña irracionalidad del mundo real produce inevitablemente un reflejo religioso en las cabezas de la gran mayoría de las mortales; prolongando la existencia de Dios, o de las distintas divinidades, a lo largo y a lo ancho del amplio mundo.
Vamos con la segunda parte de la cita. “La figura del proceso social de la vida, o sea, del proceso material de la producción se arranca su velo místico de niebla tan solo cuando, en calidad de productos de hombres libremente socializados, se halla bajo su control consciente y sistemático. Sin embargo, para eso se requiere una base material de la sociedad, o una serie de condiciones materiales de existencia, que son, a su vez, el producto natural de un largo y doloroso desarrollo”.
¿De qué depende, pues, que Dios —y las distintas religiones en general— deje de existir? Depende de la transformación de las condiciones materiales de existencia actuales. ¿A dónde fueron a parar  el gentío de dioses del mundo egipcio, del mundo griego, del mundo romano? ¿Qué rama de las ciencias naturales demostró su no existencia? Nada pinta la ciencia natural en este asunto. Toda esa pléyade de dioses se fue, desapareció sin dejar rastro, con la desaparición de las  condiciones materiales de existencia propia de esos mundos.

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