Por una calle
de un planeta
de un sistema planetario
que no existe
transita un hombre manco
con las manos en los bolsillos.
Descalzo, con sus zapatos
puestos al revés, pisa
la cáscara invisible
de un agujero negro.
Resbala y se estrella
contra una farola sin materia.
En un instante sin tamaño,
la muerte. La muerte
de alguien que no existe,
la muerte sin lágrimas
y sin esquela.
Enero 1990
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