domingo, 11 de junio de 2023

Palomas sin alas

                                                                                                                  Olivia

Hasta donde mi memoria alcanza —con el paso de los años, el espacio de tiempo que mi memoria abarca es cada vez más resumido—, dos hombres, nacidos y criados en el barrio de San José, se lanzaron de la azotea abajo. Uno fue José el verano, cuando todavía era niño, movido por una apuesta; el otro fue Joaquín el chaqueta, movido por un desengaño amoroso mezclado con tremenda borrachera, cuando estaba en vísperas de boda. Boda de las de antes: la mujer con el pelo sometido a la férrea dictadura de la laca, el hombre con el pelo engominado, traje negro con corbata pajarita, la mujer con vestido blanco, con cola o sin cola, dependiendo del presupuesto, y muchas fotografías en  blanco negro, con apariciones de sujetos que no conocía nadie, ni por parte de la novia ni por parte del novio, pero era la costumbre, y nunca nadie se manifestó en contra de esa costumbre; Joaquín y su novia también habían hecho acto de presencia  en bodas en las que no fueron invitados y ni siquiera conocían a los novios, pero, era la costumbre. Costumbre también era que, en un velatorio, una señora entrada en años, señora de las de antes, con luto permanente como consecuencia de haber perdido el marido de joven, se sumergiera en un aparatoso ataque y pasara así a ser mucho más importante que el muerto, del que todo el mundo se olvidaba en ese escandaloso y dramático instante; una vez calmadas las aguas, volvían los llantos, los sonoros suspiros, los “Dios lo tenga en la gloria” dedicados al muerto, o a la muerta, que muertas también habían en aquellos tiempos y en éstos, que de la muerte ni el más rico se escapa, la muerte sepulta de golpe las diferencias de clase, por fuera del ataúd se verán diferencias, pero de puertas adentro, adentro del ataúd me refiero, muertos iguales son.

José el verano de la azotea de la que se tiró no era la de sus casa, era la azotea del que apostó con él.
—Tú no eres capaz.
—Hasta claro que soy capaz. “¿Cuánto te apuestas?
—Te apuesto cinco pesetas.
—De acuerdo. Mañana quedamos, cuando tu madre se haya ido al trabajo y te quedes solo con tus hermanas; pero que ellas no se enteren, porque si se enteran, al traste con la apuesta.
Y el mañana llegó —siempre se cumple que los mañanas llegan, no así los propósitos—, llegó el mañana y llegó el propósito. Colgado del muro que daba a la calle, estirándose con el fin de acortar la distancia al suelo, descalzo —para los pobres, en aquella época, hasta los zapatos eran artículo de lujo—, desnudo de cintura para arriba, José el verano se dejó caer en aquel estrecho callejón de la calle Cometa. Ganó la apuesta y se fue a su casa; cuando lo volvieron a ver lucía una notoria cojera, que se fue disipando con el paso de los días.
José el verano en lugar de quedar como un héroe, quedó  como un loco, un loco con cinco pesetas en el bolsillo, con las que podía ir al cine Torrecine y comprarse un baya-baya de fresa y un queque matajambre  en el descanso, sobrándole  dinero todavía para, en la vuelta a casa, comprar un trozo de calamar seco asado -pota, que a cualquier bicho lo llamamos calamar-, que se iría comiendo muy lentamente con el fin de que le durara todo el trayecto.

—¿Qué disparates dices, Joaquín, además de agarrado a la borrachera, vienes también agarrado a la locura? Con la muerte no se juega, y esas cosas ni en broma se dicen, que en broma son comedia, pero que cuando escapan de la broma se tornan tragedia. ¿Qué pretendes, matar de disgusto a tu pobre y santa madre? ¿Y tu novia? ¿No se te ocurre pensar en esa novia tan guapa y tan noble que tienes? ¿Qué quieres, que se quede viuda antes de casarse? Mira con que baile acantiflado vas subiendo la ladera, incapaz de mantener la línea recta por un segundo, rones llevas en la venas en vez de sangre, el alcohol hasta el cerebro te llega. Tan trajeado —no sé que es lo que celebras para andar con la ropa de lo domingos puesta—, tan trajeado digo, pero llevando los pantalones en mano, desnudas las piernas, chaqueta, camisa y corbata de mitad para arriba y calzoncillos de blanco amarillento de cintura para abajo. Que te vas a quitar la vida dices, lanzándote a la calle desde la azotea de tu casa. La vida se las vas a quitar tú a tus padres, a maestro Joaquín y a Encarnacionita. Es Dios quien decide el día y la hora de la muerte de uno, no nosotros, el que se quita la vida muere en pecado, ni por el purgatorio pasa, al infierno va, a hacerle compañía al diablo para toda la eternidad. Por cierto, hoy anda suelto el sinvergüenza ese, sin nadie que lo vigile y lo frene, porque hoy es el día del arcángel San Miguel, anda suelto para todo el mundo, para creyentes y herejes. Pero tú qué sabrás de la palabra del Señor, si después de que hiciste la Primera Comunión ya no se te vio el pelo nunca más por la Iglesia, a no ser que hubiera boda, bautizo o funeral. ¿De dónde vendrás ahora, tan de paquete?

—Vengo de un entierro, Rosarito. Se murió la bisabuela de un primo segundo de Evaristo, un conocido mío, con el que de vez en cuando juego al futbolín, me dijo que lo acompañara, y yo me lo tomé como una orden, como mandato divino; yo no voy a misa pero creo en Dios y en todos los santos. No sabe usted, Rosarito, de lo que en ese sepelio me enteré; me enteré, para desgracia mía, de quién es verdaderamente mi novia: una traidora, una ramera.

No sé si usted sabe que ella tiene un primo, nacido en el barrio de San Juan, que hace años se fue a vivir a Fuerteventura, esa alargada isla donde los pueblos son más nombres que pueblos, donde es mucha la tierra y poca es el agua, donde es mucho el Sol y escasa la sombra, donde mucha es la tunera y escaso es el árbol, donde mucho es el viento y escasa  la calma. A ese páramo, donde desterraron a Miguel Unamuno, se fue a vivir el primo de Olivia, mi novia. Resulta que, para mi desgracia, la semana pasada la vieron con él en la playa de La Laja, iban caminando cogidos de la mano, acaramelados, como si fueran suspiros de Moya, contentos y con risas iban, ellos se quedan con las risas y la alegría y yo me he quedado con la tristeza y el llanto, y con las ganas de pasar a mejor vida.

Intensa tenía que ser la lluvia de dolor que abrazaba la quebrada alma de Joaquín, intensas las heridas que en su corazón producían un torbellino de diminutos y afilados cristales, que pareciera que su discurso no fuera el de un borracho extremo sino el de un hombre con plena facultades de entendimiento, el movimiento recto de su discurso se contradecía con los vaivenes incontrolados de su cuerpo. Y es que resulta que cuando el dolor del alma, producido por un desengaño amoroso, es tan grande que llega hasta los huesos, que toca a los huesos, no se puede combatir con razonamientos ni con borrachera alguna; ese amargo dolor es como el agua, que siempre busca camino por donde escaparse, y lo encuentra.

“Coge tino Joaquín” fue lo último que Rosarito, la madre de Juan el cordobés, el futbolista, le dijo a Joaquín, para inmediatamente seguir ladera arriba, por la calle Compás, para llegar a su casa, que se alzaba en una de las orillas de la referida calle. Por su parte, Joaquín, metido en su tragedia amorosa, giró a la izquierda para entrar en la calle Cepillo, con tanto tumbo que vino a darle un aparatoso cabezazo a la puerta de Pepe el Negro, el afamado árbitro que dirigía las contiendas futboleras en el barrio, Pepe salió, y viendo el lamentable estado de Joaquín lo acompañó hasta la puerta de su casa que estaba en esa misma calle.


Los quejíos de Joaquín se oían desde la calle, y a la calle llegaba también un intenso olor a vinagre, vinagre que habían derramado por todo el cuerpo del hombre, con el fin de sanar los moretones y las magulladuras que su cuerpo había recibido tras el impacto, remedio de los de antes; la imbatible gravedad le había dado tremenda paliza al enamorado, eso sí, se compadeció de sus huesos, a los que dejó sanos, intactos. Ahora el discurso de Joaquín no salía de un ¡ay!, repetido como el tic tac de un reloj. Pobre Joaquín, dolorido por dentro y dolorido por fuera.

—No tiene nombre esta chifladura tuya, ni a Don Quijote en sus mejores tiempos se le habría ocurrido tal desatino; mira que vengo diciéndote desde que eras niño: “Coge tino Joaquín, coge tino”. Pero Joaquín, con lo grande que es, no ha aprendido todavía a coger tino.  Tino no, pero tunos sí, a coger tunos indios en la ladera sí que aprendió pronto cuando niño, y a pelearse con los otros chiquillos a pedrada limpia, también, que tienes más conejas en la cabeza que pelos en los cataplines . El disgusto que se va a llevar tu padre cuando regrese del trabajo. El disgusto que se llevó Rosario, cuando se enteró de que finalmente habías llevado adelante tu plan de suicidio. Hasta para quitarte la vida eres torpe; en la calle tenía que haberte dejado tirado, como pipa de albaricoque, para que asumieras las consecuencias de ser bobo y loco al mismo tiempo; pero claro, soy tu madre y no me queda otra que apechugar como siempre con tus inesperadas ocurrencias, que se dicen allende los mares y no se creen.
¿Cómo eres capaz de pensar que te vas a matar dejándote caer desde la azotea de esta casa terrera de pobre, que ni siquiera es nuestra? ¿Qué pensabas, que te estabas lanzando desde el último piso de la Casa el Coño? Me refiero a ese edificio tan alto que hay cerca de la playa Alcaravaneras, al que siempre que alguien lo ve por vez primera  le escupe un sonoro coño. Tirarse desde ahí si que vale la pena, te mueres y, una vez muerto, ni sientes ni padeces; y sobre todo no haces padecer más a la madre que te parió, ahogarte en la pila bautismal es lo que tenía que haber hecho yo en su momento. Mira, ya estoy igual que tú, con la lengua como caballo desbocado, diciendo disparates; bien lo dice el refrán: en la vida todo se pega menos la hermosura.
Ya me contó Rosario las razones de tu trágica y cómica proeza. ¿Quién te vino con el cuento de Olivia? Amigo mío, ahora te callas, “se nombra el pecado pero no al pecador”, te estás diciendo por dentro. No es necesario ser muy inteligente para saber que el propagador del chisme fue el hijo de Juanita la sesó, Marcelo, Marcelo el guapo, al que muchas mujeres, mujeres bobas, del barrio lo desean. No me lo pierdas al gallito, al gallito muerto hambre ese, bueno está para un caldo millo. ¿Es que todavía no te has dado cuenta de que él está colado por Olivia desde hace años? Pero Olivia , como mujer hecha y derecha que es, como mujer con dos dedos de frente, nunca le ha puesto maldito caso, porque ella de boba ni un pelo tiene, bien sabe ella que todo lo que tiene ese granuja de guapo por fuera lo tiene de feo por dentro, y bien sabe también que la belleza que va por fuera se pierde con los años, y que la belleza o fealdad, que va por dentro, con los años se acrecienta. Cuando esa pobre muchacha se entere de lo que has dicho y hecho, lo mal que lo va a pasar; para ella tú eres el único hombre que hay en este sufrido mundo; tú que estás lejos de ser guapo, tú que pareces un palomo de los que pasan hambre; ya sé que las madres ven a sus hijos como los más guapos del entero Universo, pero esas son mujeres que son solamente madres, yo soy madre y mujer con tino, y si mi hijo, como hombre, es poca cosa, por qué yo me tengo que empeñar en llevar la contraria a la tozuda realidad, si a mí todavía me cuesta creer que esa muchacha tan guapa, dulce y resuelta sea novia tuya, novia de alguien que parece un galgo sin musculatura, flaco y rebegío; una incuestionable prueba de que el amor es ciego, que lleva siendo ciego desde que el mundo es mundo, y no hay visos de la cosa cambie.
¿Por qué crees tú que el primo de Olivia hace años se fue para Fuerteventura? Porque es más maricón que un palomo cojo, es de la acera de enfrente, como se suele decir;  mucho ha sufrido por ello. Somos incapaces de admitir lo diferente, consideramos como normal y natural aquello que es abundante, y lo que es escaso lo contemplamos como lo raro, lo antinatural, lo que hay que aniquilar por defectuoso; raro es el diamante, y nadie dice de él que es una anomalía de la naturaleza. Pero la mayor parte de la gente, gente inculta y prejuiciosa, prefiere más negar que razonar, y esa negación y esa falta de razón la ha tenido que soportar durante muchos años el bueno de Alfredo, el primo de Olivia.  Él vive ahora en Betancuria, en una casa apartada del pueblo, con su pareja, un buen hombre también, allí edifican ellos, sin meterse con nadie, su felicidad; que vida nada más que hay una, en la Tierra, nada más que hay una. Olivia no te ha hablado nunca de los sentimientos de su primo por temor a que tú lo tomaras a mal, y es que ella no soporta, ni permite, que nadie se meta con su primo, al que adora desde que era niña. Fíjate tú que infidelidad la de tu novia; estarás contento. Reza todo lo que sepas y más, no te dejes ninguna santo atrás, por si acaso, hazle una promesa de las de verdad a Nuestra Patrona, la Virgen del Pino, para que esa muchacha no te mande a paseo, que es lo que verdaderamente mereces, por faltón y por desconfiado.

Revelada la verdad, las nubes negras, que ejercían su amarga dictadura en el cielo sin fin del alma de Joaquín, comenzaron a desvanecerse, tal como se desvanece un terrón de azúcar en el poderoso Atlántico. Más poderoso que el propio océano se sintió el hombre, que había recuperado casi de golpe la salud del alma; la salud del cuerpo era otra cosa; pero dejó de quejarse, no porque los dolores físicos hubieran cesado, sino porque ahora él daba por bueno a los mismos, porque, alentado por tamaña felicidad, aspiraba ahora a ser ejemplo, ejemplo de carne y hueso, del refrán que así reza: en el pecado lleva la penitencia.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario