Si lanzo una moneda al aire,
hay una entre un millón
de probabilidades que, al caer,
de canto quede. La lanzo,
sube, se detiene, regresa,
cae y queda de canto.
Presurosos, infinidad de santos
en todas las versiones
exclaman: ¡milagro, milagro!.
Sin hacer ruido, aparto
la exclamación y les digo:
No, milagro no, la probabilidad.
Me vuelven sus ojos
borrachos en ira, me recorren,
me juzgan y, antes de acabarme,
me condenan. Me salen
cadenas en las manos,
cosen mi lengua a mis dientes
con oxidado alambre,
y aún no conformes,
me apagan en la hoguera.
marzo 1984
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