Por Carlos Martín
Sobre el epitafio diurno se acurrucaba la luz
en sus colores ardía una delgada centella
con su equipaje sedujo a mi fogosa ventana
desafiante encaró mi dulce sueño fugaz.
En el espejo mis huesos me vigilaban de cerca
a mi sonrisa la luz la conquistaba a despecho
mientras las telas cubrían los adoquines a besos
a los colores mi espalda cedí desnuda y con frío.
Se disfrazaban de estío entre tus pechos mis manos
tus esmeraldas cegaron mi débil rostro dormido
ya no soporto los sueños, ¡solo me basta contigo!
Sobre el epitafio diurno se levantaba la noche.
Carlos forma parte del grupo de estudio El Saber de la Filosofía