Trabajos de Vicente Umpiérrez Sánchez sobre filosofía, social política, teoría musical crítica y poesía.
domingo, 25 de junio de 2017
Los músicos y la crítica
Publico artículos críticos referidos al mundo del arte musical, no nombro nunca a nadie, pero siempre aparecen algunos que levantan la mano, se sienten aludidos y se sienten ofendidos. Son los más mediocres; los más sabios son más prudentes y sellan sus bocas. Estos que levantan la mano se limitan solamente a mover la lengua, a escupir algunos desordenados y vacíos renglones, que poco o nada tienen que ver con el contenido del artículo al que ellos pretenden atacar. Son tan ignorantes como brutos; donde está escrito “el culto al timple”, ellos leen “insulto al timple”, tienen la cabeza en el estómago. Se ríen las gracias y las faltas de respeto los unos a los otros, con el propósito de coger fuerza destructora a base de sumar; no son conscientes de que son el cero y que por muchos ceros que sumen el resultado es siempre el desértico y desolador cero. Algunos son, además, cobardes y se esconden en el anonimato, uno de estos cobardes se hacía llamar Alberto Manzanillo, que cuando se vio acorralado -de él no se conocía nada, nada como músico compositor, nada como músico intérprete, nada como músico teórico- desapareció de ahora para después del planeta virtual que es internet, se lo tragó sin masticar la tierra. Otro cobarde es el que se esconde bajo el seudónimo Charanga Sicalipsis, su cobardía es más vergonzante, porque ni siquiera es capaz de escribir algo de su puño y letra, su participación intelectual (es sarcasmo) se limita a poner un Me Gusta en los comentarios donde se me insulta y se me falta el respeto; sé su verdadero nombre, lo conozco desde hace unos veinte años, todavía no ha llegado a ser un verdadero músico y no creo que llegue a serlo nunca, está más en hacer méritos, en buscarse un sobresaliente puesto, que en hacer música; pobre hombre.
Los más osados pretenden dárselas de entendidos en la materia, y si yo, por ejemplo, hablo del Discanto y de su relación de contrapunto con el Bajo, como no entienden ni por asomo de lo que estoy hablando, se quedan con la sonora palabra Discanto, y sueltan una cosa como esta: “El timple siempre fue el discanto agudo de la guitarra en acompañamientos rasgueados”. Cualquiera que sepa un poco de teoría elemental de música al leer esto va a fruncir el ceño y manifestar que lo dicho es una pura cantinflada: hablar para decir nada. Estos mezquinos seres nunca se refieren al contenido conceptual de mis artículos y cuando se refieren lo hacen de esta pobre y errada manera. Si el timple está en el acompañamiento no puede estar en su contrario, el Discanto. El Discanto es el canto que destaca sobre un acompañamiento, parte de este acompañamiento puede sonar por encima del Discanto, más agudo que el Discanto, el Bajo del acompañamiento es lo que no puede sonar, obviamente, por encima del Discanto. Esta descomunal ignorancia musical es la razón por lo que no se atreven, estos militantes de la patada y el ladrido, a referirse al contenido conceptual de mis artículos, porque a las primeras de cambio se queda al cruel desnudo su infinita ignorancia. Les muestro ahora el comentario de unos de estos personajes: “Normalmente me descojono de estas cosas pero esto es demasiado ya. Del señor Umpiérrez, no sé si es peor escuchar su música o leer sus “artículos”. Se pasa el día criticando, no se cansa el tío. Cuando yo vea a este señor en un vídeo tocando un instrumento al nivel de los que critica, entonces dejaré de pensar que es un paleto que se ha leído tres libros. Sólo en Canarias este ejemplar puede tener seguidores”.
Dice el refrán: no ríe quien quiere sino quien puede. El refrán actualizado: no se descojona quien quiere sino quien puede. Piensa este pobre ingenuo que el reirse de una cosa, en este caso la cosa es el contenido de mi artículo El Culto al Timple, depende sencillamente de la voluntad de uno, cuando en verdad depende fundamentalmente de la capacidad de poder producir eso de lo que uno pretendidamente se ríe. Si se compara este desatinado comentario con el total de mi artículo, se ve de manera inmediata la descomunal diferencia entre una cosa y la otra: una hormiga tratando de empujar a un elefante. ¿No se le ocurre a esta criatura que habrá mucha gente riéndose, descojonándose, al ver a este hombre loco tratando en vano, desde su mezquina estatura intelectual, enfrentarse a alguien que está muy fuera de su alcance?
Dice Hegel que negar, refutar, una cosa es lo más fácil, que el que se limita a refutar, a negar, es que está más allá de la cosa, y si se está más allá de la cosa, no se está en la cosa, y si no se está en la cosa, es que no se conoce la cosa, y lo que no se conoce no se puede refutar. La cosa es en este caso el contenido del referido artículo; si le pregunto a este buen hombre qué se dice esencialmente en mi artículo, no sabrá responderme, aunque lo lea un millón de veces; no está capacitado intelectualmente para ello. Él, claro está, trata de convencerse a sí mismo, de que si conoce la esencia del contenido de mi artículo y de que por medio de su pálido y ridículo descojono lo puede negar.
Toma la palabra Igor Stravinsky: “Durante cincuenta años he intentado enseñar a los músicos a tocar a en lugar de b (ver la imagen) en ciertos casos que dependen del estilo. También me he esforzado por enseñarles a acentuar las notas sincopadas y a frasear antes para poder acentuarlas. Las orquestas alemanas son tan incapaces de hacer esto, como, por ejemplo, los japoneses de pronunciar la r”. Se está refiriendo Stravinsky a músicos pertenecientes a orquestas de primera línea, esparcidas por el amplio mundo. Ahora vengo yo, me uno al emperador del descojono y al unísono le decimos a Igor Stravinsky: “Cuando te veamos, amigo Igor, en un vídeo tocando un instrumento al nivel de los que criticas, entonces dejaremos de pensar que eres un paleto que se ha leído tres libros”. Descenderá, entonces, Stravinsky, su mirada, se encontrará con dos insignificantes gusanos que acaban de decir una jodida majadería, pondrá su pie encima nuestra y seguirá, sin inmutarse, su autónomo camino. Lo peor de todo es que el descojonador no entiende absolutamente nada de lo que dice Stravinsky; aunque, conociéndolo, jurará por todos los santos y las vírgenes, que lo entiende perfectamente. Que lo demuestre, entonces. Lo dice el refrán, no se ríe quien quiere sino quien puede.
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