Por Carlos Martín
En el templo de la eternidad enlutada
yo te soñé algún día.
Cuántas veces, torrente de ojos pardos,
sobrepasados por la gracia inalcanzable
hubimos de pensarte los hombres que no lloran.
Fuiste tú quien apaciguó la desazón del espíritu.
Obnubilado por la luz en las montañas
y el oro en el poniente
fuiste tú la que cultivó la magnitud de tu efigie
y se resignó, como las olas se resignan en la orilla,
en una esquina callada, en una playa vacía.
Cuántas veces hube de pensarte amor, y lo desmentí
empedernido, despiadado, presuntuoso,
cabalgando a paso firme la fragancia de los cedros,
postergando la llamada a la aventura,
el verano desmedido, los ardores permanentes.
He sido el exilio de quien socava tu ausencia.
En qué lugar morir sin recordarte ya no me interesa:
¿qué será del mundo ahora que no estás?,
¿quién dotará los campos de frescura
y de sentido regará las estaciones?
Cuántas veces hube de pensarte, amada mía,
Y sin embargo no te has ido: nada me impide soñarte.
Carlos Martín es, además de escritor, cineasta.
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