domingo, 4 de septiembre de 2022

Milei y el vaso de agua


Lo peor del personaje de Javier Milei son los periodistas que, con apariencia de serios, sesudos y elevados sobre el bien y el mal, lo entrevistan, y que se tragan sin rechistar todo lo que por la boca de Milei sale en forma de pensamiento desordenado y hueco, la mayor parte de la veces. Le pregunta Milei a un periodista que lo entrevista: “Cuánto pagarías ahora por ese vaso de agua que tienes ahí en tu mesa? Nada —se responde el mismo—. ¿Pero cuánto pagarías por ese mismo vaso de agua si estuvieras en un desierto muerto de sed? Todo el dinero que en el bolsillo tengas —se vuelve a responder don Javier—. El periodista, entonces, pone cara de haber entendido en un santiamén las teorías de la Relatividad y de la Física Cuántica, las dos al mismo tiempo. Bobos que son, y no hay medicina que los libre de ser tan necios.
El ejemplo del vaso de agua, al que siempre acuden estos defensores de la explotación capitalista, se usa como una hueca e infantil demostración de que el valor de las mercancías es subjetivo, una demostración de que el valor de las mercancías no está determinado por el trabajo socialmente necesario contenido en las mismas. El ejemplo completo es el siguiente: “Vas por el desierto muerto de sed y te encuentras con alguien que lleva en una mano un diamante y en la otra una botellita de agua, ¿por cuál de las dos cosas estarías dispuesto a pagar más dinero? Por la botellita de agua, claro está —diría Milei sacando pecho, pensando que ha derrotado a Marx sin despeinarse, sin apenas gastar energía— ¡Victoria sobre el marxismo y el socialismo! —se escucha, con eco incluido, el grito silencioso que truena en el interior, lleno de callejones sin salida, del fanático Milei. No se les pasa por la cabeza a estos libertarios de tres al cuarto que esa aparente contradicción la tenía resuelta Marx, mucho antes de que se supiera que un día nacería en la Argentina del tango, de la zamba, de la chacarera, de la milonga y del verso un ser que no sería nunca sujeto de la historia de la economía política, que llevaría de nombre de guerra y de andar por casa Milei —Milei revolucionario le llaman los más fanáticos y los más bobos locos—
Le pregunto yo a esta gente ¿en que parte de la historia de la humanidad han encontrado, aunque sea en una sola ocasión, a un ser humano muerto de sed, extraviado en el desierto, que se tropieza con otro ser humano que lleva consigo un diamante y un vaso de agua? En ninguna parte; les respondo yo rápido por si es que se han quedado pensando. No se puede convertir en ley —el que el valor de las mercancías es subjetivo—tomando como punto de partida un ejemplo tan excepcional que ni siquiera se da en la realidad. No es ciencia lo que a esta gente guía, es creencia, es la religión del idealizado capitalismo, donde el dios de esa religión es el dinero, sobre todo del dinero que se acrecienta a partir de otro dinero. Estos enajenados seres piensan tan poco, son tan vulgares e infantiles en sus ocurrencias, que son incapaces de distinguir la apariencia de la esencia; dice Karl Marx que la ciencia existe porque en general la apariencia de las cosas no se corresponde con sus esencias. Si fueran seres de tiempos pretéritos quemarían en la hoguera a Copérnico, por afirmar —yendo en contra de la apariencia— que la Tierra era otro planeta más que giraba alrededor del Sol.
Precisamente porque en sus cabezas la ciencia no hace acto de presencia la mayoría de las veces, no distinguen en la mercancías la diferencia entre Valor de Uso y Valor. ¿Por qué se elige el agua en el lugar del diamante, por su valor o por su valor de uso? Se elige por su valor de uso. El diamante es un valor de uso como lo es el agua, pero el diamante carece de la utilidad de saciar la sed, por eso es que aunque el diamante tenga mucho más valor que la botellita de agua, se elige la botellita de agua, pero no se elige por su valor sino por su valor de uso. Si hubiera sucedido que la persona que estaba muerta de sed en el desierto tuviera en su poder un gran bidón todo de cristal repleto de agua, hubiera elegido el diamante, también por su valor de uso, porque el diamante tiene la utilidad de cortar el cristal. Con el diamante se hace un orificio en el bidón de cristal y se tiene agua para rato.
Solamente en el mundo de capitalismo ideal de los que piensan y respiran como Milei es aparentemente posible que un diamante tenga más valor que una botellita de agua, en el mundo del capitalismo real, del mundo mundo mundo, sea capitalista o no, el diamante tiene muchísimo más valor que la botellita de agua. Esta gente piensa así: dicen que han visto un burro con alas y volando, y le piden a uno que demuestre que los burros no vuelan.
Para acabar vuelvo al ejemplo del que tiene sed pero no tiene agua y —como, según Milei, el mercado impera en todas parte— el sediento dará todo el dinero que tiene al poseedor de la botellita de agua. ¿Dónde nos podemos encontrar situaciones en las que alguien anda por sitios donde el sol raja las piedras, sin ningún río a la vista, ni siquiera un pequeño manantial saliendo de alguna roca, con una cantimplora en la que hay hay más aire que agua? En las películas americanas del Oeste. Va un hombre subido a un caballo y tirando de otro, por el desierto de Arizona, unas pocas gotas de agua en su cantimplora, y a lo lejos parece divisar a un vaquero que cabalga raudo hacia él, hasta que por fin se encuentran, el vaquero tiene agua, le sobra agua, y le da agua al sediento, en ningún momento acontece que el vaquero le propone al sediento cambiar una determinada cantidad de agua por uno de sus caballos; tal cosa no sucedió nunca en ese estilo de cine, ni sucederá nunca. Así pues, ni siquiera en la ficción se cumple el que el valor de los productos del trabajo es relativo. Que vaya el amigo caballero Javier Milei a protestar a la industria del cine americano por no reflejar su verdad de mentira que tiene como base, como fundamento el ejemplo de bisutería de la botellita de agua y de su fiel compañero el diamante. 

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