domingo, 23 de julio de 2017

Música y humo



La música es un arte absolutamente abstracto, nada se puede representar con la música, el arte musical carece de la facultad de poder representar las cosas del mundo exterior, así como tampoco las del mundo interior. En una ocasión asistí a la escucha en el Auditorio de una obra para Coro y Orquesta, que pretendía ser una representación de las distintas estaciones del año. ¿Cómo fue que nos enteramos, el público y yo, de que en una determinada parte de la obra se estaba, pretendidamente, representando el invierno? Pues de este simple modo: los miembros del coro hacían el gesto de abrazarse a sí mismo, el típico gesto de cuando uno está pasando frío. Lo cual es una evidente demostración de que por mucho empeño que se ponga, la música carece de modo absoluto de la facultad de representar. Mediante la pintura se puede representar, por ejemplo, una manzana; según la elaboración del color y de la forma por parte del artista, el público lego en la materia puede juzgar la calidad del resultado pictórico, tomando como referencia la manzana real. Pero esta posibilidad de juzgar la obra artística por medio de comparar la cosa que se representa con su representación, no puede darse en la música, por todo lo que anteriormente hemos explicado, la música es absolutamente abstracta. Lo que entonces le queda al público lego en el arte musical es la comparación de una obra musical con otra, y por medio de esta comparación distinguir cuál es la obra artísticamente elaborada, elevada y profunda. Precisamente por esta característica de la música, por su modo de ser tan abstracto, es muy fácil que aparezcan por doquier los vendedores de humo, en las propuestas de Didáctica Musical y en las propuestas Artísticas que de esta derivan. En una ocasión un alumno mío que iba a presentar, en un determinado colegio de enseñanza pública, su propuesta educativa musical basada en la metodología MEMVUS, coincidió con uno de estos vendedores de humo, que también estaba allí con el propósito de presentar su propia propuesta educativa musical. Este alumno mío proyectó un vídeo donde se mostraba la interpretación (música y movimiento) por parte de sus alumnos de una obra musical suya, basada en el Tajaraste, una melodía de la música popular canaria, y apenas hubo acabado la proyección, este vendedor de humo, anonadado por lo que acababa de presenciar, curándose en salud, dijo: “Bueno..., nuestras pretensiones no son tan altas”. No tuvo la valentía, ni la gallardía, de reconocer que él y su plantilla de profesores, no están musicalmente preparados, ni en la teoría ni en la práctica, porque sus cabezas son el resultado del caduco y petrificado sistema de educación musical dominante, para producir alumnos capaces de poner sobre el escenario el producto artístico que acababa de presenciar. ¿Cuál ha sido, pues, el inevitable recurso empleado para distinguir la calidad de una obra musical, la calidad de un sistema de educación musical?, el recurso que antes mencionamos, el de la comparación. El referido vendedor de humo, no quiere acercarse por nada en el mundo a la metodología MEMVUS, simplemente, porque su cabeza está dominada por los prejuicios y por el sectarismo; jamás va a tener el gesto honesto y humilde de reconocer públicamente la descomunal diferencia que existe entre lo que él propone como educación musical, la educación musical de siempre, y la propuesta de educación musical MEMVUS.
Saulo Valerón, otro eminente vendedor de humo, perteneciente a la distinguida Liga de los Mediocres, los mediocres, la ignorancia con apariencia de sabiduría, en relación a mis artículos, aquellos que se refieren al papel que juega el Timple en el arte musical, manifestó lo siguiente: “Que ese pobre hombre no tenga dos dedos de frente ni quien le pare las patas cuando se sienta frente al teclado no me preocupa. Que suelte esas barbaridades sin despeinarse, tampoco. Que piense que sienta cátedra cuando habla (y que es el resto del mundo el que está equivocado), menos aún. Lo que de verdad me preocupa es que esta “mente preclara” tiene un grupo de seguidores (“acólitos” los llamaría yo) con el mismo modus operandi y con la misma forma de pensar, que dan clases de música a niños pequeños en colegios públicos. Eso sí es preocupante. Aterrador”.
No tengo quien me pare las patas. Debe pensar el compañero Saulo que andamos todavía bajo la bota de la dictadura franquista, donde siempre existía alguien dotado de poder, que no de autoridad, que le paraba las patas a todo aquel que tratara de ejercitar el derecho humano de la libertad de expresión. A este comentario de Saulo Valerón no pueden acceder tres alumnos míos, que él los tiene bien presentes en su amargada mente, porque Saulo configuró su Facebook para que eso fuera así. De modo que yo realizo una crítica de alguien, pero le niego a ese alguien la posibilidad de acceder a la misma; lo cual es manifestación de un espíritu que está muy lejos de ser democrático y que está muy cerca de ser cobarde, que es un espíritu cobarde. Este es el “modus operandi” que tiene el compañero Saulo de parar las patas a alguien. Yo, a diferencia de Saulo y los de su estirpe, no le niego la libertad de expresión a nadie; en este blog mío hay bastantes comentarios en mi contra, que, como el de Saulo, no contienen argumentos, ni razonamientos, y que no van más allá de la burla, el insulto y la falta de respeto. No seré yo quien elimine los referidos comentarios; aunque afean en mucho mi blog, sin embargo, sirven como retratos  inmediatos de los autores de los mismos.
Soy un pobre hombre. Está el hombre pobre y está el pobre hombre. El hombre pobre es un hombre pobre en lo material, el pobre hombre es un hombre pobre en lo espiritual. Uno es espiritualmente lo que uno hace, y como en este caso lo espiritual corresponde aquí al saber musical, en los campos de la didáctica musical y de la creación musical, hay que mostrar lo que uno hace en los mencionados campos. Nos asomamos a internet, buscamos la producción espiritual de Saulo Valerón y la de Vicente Umpiérrez Sánchez, acudimos al aplastante recurso de la comparación y se descubrirá objetivamente cuál de estos dos seres merece el atributo de pobre hombre.
Yo suelto barbaridades sin despeinarme. Con qué enorme gandulismo intelectual aborda Saulo el debate dialéctico: no señala cuáles son esas barbaridades y, obviamente, no demuestra por qué son barbaridades. ¿Acaso es un acierto decir, como afirma Benito Cabrera, que un día el Timple se pondrá a la altura del Arpa, y decir lo contrario es una barbaridad? Esta gente van pregonando por el ancho mundo, que han visto  burros volando, y al que les señala que los burros no vuelan, le dice Saulo que está diciendo una barbaridad. El mundo de Saulo, el mundo al revés.
Yo siento cátedra y es el resto del mundo el que está equivocado. Ya vino a parar el compañero Saulo a donde vienen a parar todos los que piensan de forma mezquina y religiosa: ¿Cómo puede ser, Vicente, que tú estés en lo cierto y el resto del mundo esté equivocado? La verdad por consenso es lo que defiende Saulo, y los que piensan y respiran como él; para la Liga de los Mediocres, la práctica y el pensamiento lógico, como criterios de verdad, no existen. En la Edad Media, como portavoz de la Santa Inquisición, pregunta Saulo Valerón a Nicolás Copérnico: “¿Cómo eres tan osado de intentar sentar cátedra al afirmar que es la Tierra quien gira alrededor del Sol, y que el resto del mundo está equivocado? Te vamos a parar las patas, Nicolás, te vamos a parar las patas. Hereje”.
Llegamos ahora a su remate final: es aterrador que en la Escuela Pública mis alumnos impartan su magisterio siguiendo la metodología MEMVUS. De nuevo hemos de acudir a la comparación, veamos algunos vídeos que muestran el luminoso magisterio de Saulo Valerón y veamos el aterrador magisterio de los profesores educados musicalmente en MEMVUS. Que sea el lector quien juzgue. Saulo 1, Saulo 2, Saulo 3. Memvus 1, Memvus 2, Memvus 3.
Decía  Zoltán Kodály: “Peor que un mal director de orquesta, que es capaz de desfigurar una obra de cualquiera de los maestros de la música, es un mal profesor, porque puede ser capaz de echar a perder, para el arte musical, a generaciones enteras”. Cuando Saulo Valerón mencionó, con sublime gravedad, lo de pobre hombre y lo de aterrador, se estaba viendo él mismo en el espejo, pero le faltó el coraje para reconocerse tal cual es, un músico de ranga ranga y de acordes de pan blanco, que impide con su acción como profesor que la elevada educación musical alcance las tiernas cabezas de sus alumnos y alumnas. Enajenado hombre. 

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