lunes, 29 de agosto de 2016

Música y puertas cerradas


Hace ya unos cuantos años, un alumno mío, que rebasaba los treinta años, me dijo, con voz que parecía me iba a anunciar el fin del mundo: “ten cuidado con tus críticas que te pueden cerrar puertas”. Invitación al miedo y a la cobardía. Las puertas que deseo que para mí permanezcan eternamente abiertas, son las puertas de la sabiduría. Para ello he estudiado, y sigo estudiando, con mucho sacrificio y mucho esfuerzo y, en muchas ocasiones, con mucho sufrimiento, porque la vida se encarga de ponerte piedras en el camino, cuando no rocas. Son pocas las ocasiones en que las cosas del aprendizaje serio y profundo, en el cualquier rama del saber, son de color de rosa. Las puertas de las instituciones, mientras sus llaves estén en manos de mediocres titulados, permanecerán cerradas, no ya para mí en particular, sino para la sabiduría musical en general. Sólo hace falta ver los penosos libros que en las instituciones dedicadas a la educación musical circulan; imposible es que libros de alto contenido teórico musical como, por ejemplo, Audición Estructural de Felix Salzer y Composition & Orchestration de William Russo, circulen en esos oscuros y petrificados lugares; libros que están muy pegados a la práctica musical, libros que además de proporcionar un saber musical más práctico y más profundo, empujan a la creatividad y a un más profundo conocimiento de las obras de los maestros, libros que producen espíritus críticos, espíritus que basan su saber en la ciencia y no en la religión, espíritus abiertos, no sectarios ni dogmáticos. Los mediocres son los defensores del sistema, porque son el sistema; un sistema que permite que los puestos desde donde se imparte la educación musical estén en manos de gente, que estudiaron una vez y no volvieron a estudiar nunca más, gente que no se ha preparado verdaderamente para ser docentes, sino que estudiaron para tocar un instrumento, porque soñaron con el día en que iban a ser aplaudidos como virtuosos, no cumplido el sueño, se les permite dedicarse a la docencia, de forma vitalicia, por el mero hecho de mostrar un título; nadie les exige demostrar sabiduría, y muchos menos, les exige elevar y profundizar de manera continua esa sabiduría. La mediocridad le tiene pánico a la sabiduría, porque se ve profundamente cuestionada por ella. La mediocridad solamente está dispuesta a admitir aquellas innovaciones de la didáctica musical que no nieguen el saber musical que la mediocridad tiene, que no la muestre como ignorante; innovaciones que son puramente formales: mismo perro, distinto collar. La mediocridad se pasa la vida alzando murallas y disparando envenenadas flechas en contra de la sabiduría, en contra de lo verdadero, en contra de la ciencia, en contra de los que quieren acceder al conocimiento del elevado arte de la música.
Llevo más de veinte años soportando las males artes de los muchos que están en mi contra, llevan todos esos años intentando derrumbar con la palabra lo que son incapaces de derrumbar con la acción; se empeñan una y otra vez en intentar tapar el sol con un dedo, y una y otra vez se les quema el dedo. El debatir por medio de razonamientos no está a su alcance, en su lugar se ponen a dar ciegas patadas como los burros. Nunca he nombrado a nadie en particular, pero ante mis críticas tan crudas, reaccionan como si me estuviera dirigiendo a cada uno de ellos en persona. Hablan de mí negativamente, de mi persona, no hablan críticamente de los conceptos que yo defiendo, porque ni siquiera los entienden; hablan de mí negativamente, y cada vez que lo hacen me dan publicidad, gratuita publicidad, agradecido estoy con ellos. Una vez hicieron un claustro en el Conservatorio con el fin de declararme persona non grata; pobre gente. Se cuenta que en una ocasión Don Quijote le dijo a su escudero: “Ladran, amigo Sancho, luego cabalgamos”.

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