lunes, 12 de septiembre de 2022

Milei y los objetos de Arte

A propósito de mi episodio titulado Milei y el vaso de agua unos de sus seguidores me cuenta lo siguiente: “Claro que el valor del trabajo es subjetivo. La compra de cualquier objeto de arte lo demuestra”. A cambio le ofrendo yo estas palabras: “Precisamente haré un episodio donde daré respuesta a tal afirmación. Un pequeño adelanto. El defecto de ese tipo de afirmaciones es que tienen como fundamento las apariencias de las cosas y no llegan nunca a la esencia de las mismas, llegar a la esencia partiendo de la apariencia es lo propio de la ciencia; la necesidad de la ciencia nace de que en la mayoría de las ocaciones la apariencia de una cosa, o fenómeno, no coincide con su esencia. Guiados por la apariencia diríamos que el Sol gira alrededor de la Tierra, porque todos vemos que el Sol aparece por el oriente y desaparece por el poniente, pero la esencia es que esa apariencia de movimiento es la forma de manifestación del movimiento de rotación de la Tierra, para el observador que se encuentra en su superficie”. En respuesta a mi ofrenda me da este caballero amigo una lección de pensar con tino y con fundamento, llenando de luz mi oscura y equivocada forma de pensar, sin pedirme nada a cambio, me dice: “Mezclas conceptos erróneamente. No es por la apariencia el valor que uno está dispuesto a pagar sino por el gusto o apreciación del mismo. Otro ejemplo —para sacar el arte— sería que yo fabrique un automóvil sin ser tan siquiera mecánico. Seguramente que el esfuerzo y trabajo que voy a poner en la fabricación serán enormes pero le aseguro que nadie estaría dispuesto a dar ni un centavo por mi producto. No importa cuánto trabajo yo haya realizado, mi automóvil no valdría ni siquiera el costo de los materiales utilizados”.
Voy con lo de la apariencia. ¿Cuándo he dicho yo que los objetos del trabajo valen según su apariencia? Nunca se me ha ocurrido a decir tremendo disparate; ni siquiera Alonso Quijano, en sus peores momentos de enajenación, se le ocurrió ese singular enredo,  tampoco salió de la boca del bueno de Sancho Panza tal desatinado pensamiento. ¿Qué cabeza puede confundir lo que es la unidad de contrarios apariencia y esencia —el como una cosa aparece y lo que una cosa cosa es— con la apariencia física de los objetos? Solamente puede ser una cabeza que es intelectualmente  casi ciega, que no ve ni de cerca ni de lejos, que tiene todas sus neuronas en permanente hibernación.
Ahora dice nuestro amigo que ha fabricado un coche sin ser ni siquiera mecánico, es decir que no sabe como se fabrica un coche, pero él, en su mundo mágico propio de la fantasía de Disney, ha fabricado un coche; en realidad ha fabricado un no coche, ha fabricado un no valor de uso, y la condición para que una mercancía pueda realizarse como tal, esto es, pueda venderse, es que primero sea valor de uso. Yo que no soy un relojero, me armo de ilusión y me pongo a construir un reloj, después de ni se sabe cuantos días de dedicación plena, obtengo como resultado una extraña cosa a la que yo llamo reloj, obtengo en realidad un no valor de uso, y si no hay valor de uso no hay mercancía posible, no hay realización de lo que no es. El gas que no es gas no puede hacer que una cocina encienda sus fogones.
Pero vamos a suponer, que nuestro amigo si sabe de construcción de coches, y con calma, con mucha calma, y con mucha fiesta de por medio, el solito fabrica un coche, vamos a decir en el plazo de un año, y se lo lleva al mercado, donde se encuentra con coches que se fabrican en 16 horas. Y como es de esperar todo el mundo de dios y del diablo compra los coches que se producen en el tiempo de 16 horas, al coche de fabricación de un año lo miran con el fin de que nuestro amigo no se sienta mal, sobre todo cuando este mi amigo ha descubierto en el lugar donde irá la futura matrícula de uno de los coches de los que se producen en 16 horas, un letrero pequeño que lleva algo escrito, se aproxima, se pone las gafas de ver de cerca, y lee: “Podría parecer que si el valor de una mercancía viene determinado por la cantidad de trabajo gastada en su producción, cuanto más holgazán y menos diestro sea un hombre, tanto más valiosa será su mercancía, puesto que más tiempo consume en su elaboración. Pero el trabajo que constituye la sustancia de los valores es trabajo humano igual, gasto de la misma fuerza de trabajo humana. La producción de una mercancía no necesita más que el tiempo de trabajo necesario por término medio, o socialmente necesario. Tiempo de trabajo socialmente necesario es el tiempo de trabajo requerido para representar cualquier valor de uso con las existentes condiciones de producción socialmente normales y el grado medio de la habilidad e intensidad de trabajo”. Firmado —acerca nuestro amigo más su cara al revelador letrero— Karl Marx. Por muy exquisito y minucioso que haya sido su trabajo, el tiempo empleado para su producción excede en demasía del tiempo de trabajo socialmente necesario, aunque ahora si ha producido un valor de uso, al no producirlo en el tiempo de trabajo socialmente necesario no le es posible realizar su automóvil como mercancía.
Para que quede claro, si después de un determinado tiempo de trabajo no consigo producir un valor de uso para otros, mi producto no puede realizarse como mercancía; pero si logro producir un valor de uso para otros pero en un tiempo de trabajo que excede del tiempo de trabajo socialmente necesario, mi producto tampoco puede realizarse como mercancía.
Axel Kaiser amigo de pensamiento y obra de Javier Milei también acude al precio de las obras de artes como demostración de que el valor de los productos del trabajo es subjetivo. Dice este hombre más o menos así: “Un avión Boeing 747, en el que se han empleado para su construcción un sinfín de horas de trabajo de la mano de un ejército de trabajadores tiene el mismo valor que un determinado cuadro de Paul Gauguin, por el que se ha llegado a pagar trescientos millones de dólares.” Lo dice como si estuviera anunciando los más recónditos secretos del mundo de las partículas sub atómicas; cuando lo cierto es que del mundo de la economía real —que es al mundo al que él está haciendo referencia— no está diciendo absolutamente nada.  Son muchas las cosas que se puede decir acerca de tan infantil y hueco planteamiento, algunas diremos ahora, otras serán para otro día.
Resulta escandalosa en extremo la conducta intelectual del caballero amigo Kaiser, cuando se atreve —la ignorancia es lo que tiene, siempre ha sido así y pensamiento no tiene de cambiar, se niega a dejar de ser tan osada—, cuando se atreve, digo, a enfrentar esa esquelética edificación intelectual suya con el  pensamiento ultra elaborado de Karl Marx gestado en el espacio de muchos años, donde se demuestra científicamente que el valor de las mercancías está determinado por el trabajo humano contenido en ellas, su magnitud  de valor está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas. También es un atrevimiento pensar que Marx no se hubiera planteado de forma crítica las ocurrencias de economía vulgar que salían al paso del pensamiento de Marx antes ya de la creación de su obra El Capital.
El tiempo y el espacio son magnitudes absolutas, me dice la práctica de la vida cotidiana, me dice la apariencia de las cosas, pero eso que yo sé de la vida cotidiana no es fruto de estudio alguno. Pero ahora viene Albert Einstein —después de muchos años de puro trabajo intelectual— y me habla, por ejemplo, de la relatividad del tiempo; sucede que para la persona que va en una nave que se mueve a una velocidad próxima a la velocidad de la luz, el tiempo transcurre más lento que para la persona que está aquí, en el suelo de nuestro planeta Tierra. Se da la paradoja que si de dos hermanos gemelos uno se que queda en la Tierra y el otro viaja a lugares lejanos del espacio en una nave que se mueve a una velocidad próxima a la de la luz, cuando éste regrese a la Tierra encontrará que su hermano gemelo es mucho mayor que él. Todo este saber, que tan abiertamente contradice el sentido común, el saber de la intuición, el saber que proviene del mundo de las apariencias, es fruto de un arduo estudio, estudio que siempre trae como resultado una oposición a lo que el consenso de la gran mayoría de los mortales tiene como infalible verdad. ¿Cuál es el defecto de la conducta intelectual del señor caballero Kaiser cuando se encuentra con el hecho de que por un cuadro de Paul Gauguin se ha pagado la misma cantidad de dinero que cuesta un avión Boeing 747? Que no somete a estudio el hecho, que no se atreve a ir más allá de las apariencias de las cosas, que no quiere plantearse lo que socialmente encierra ese hecho, que no quiere plantearse si ese hecho se da en la economía real, la economía productiva no especulativa, que no quiere someter su pensamiento a los dictados de la ciencia, la ciencia la actividad del pensamiento que partiendo de las apariencias de las cosas se mueve, se desarrolla, hasta alcanzar sus esencias. No es ciencia lo que guía el pensamiento del señor Kaiser, sino que es religión.
Dice Karl Marx: “Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea su forma social”. Miremos por ejemplo a China, todo el mundo conoce el gigante desarrollo económico que en poco tiempo se ha producido en ese país, donde 700 millones de personas han salido de la pobreza. Recordemos: “Los valores de uso constituyen el contenido material de la riqueza”. Cuando vemos imágenes de la moderna China, en su existencia terrestre y en su existencia espacial, ¿qué encontramos en ellas, cuadros de pintores famosos —que hace ya una pléyade de años que no están físicamente entre nosotros— o vemos valores de uso, frutos de la economía productiva y no de la economía especulativa? Vemos valores de uso, vemos los frutos de la economía productiva, puentes, carreteras, aviones, trenes de alta velocidad, fábricas, modernas máquinas, robots, edificios, aeropuertos, vías de trenes, vías de metro, túneles, cohetes preparados para su lanzamiento, satélites, estaciones espaciales, y pare usted de contar. Pues bueno, que nos diga Kaiser, Milei y compañía en qué parte de esa economía productiva se cumple lo de que el valor de los productos del trabajo, el valor de las mercancías, es subjetivo; en ninguna parte amigos, eso existe solamente en el mundo ideal que ciegamente y de manera religiosa, no científica, han construido estos liberales de alma añeja en sus vacías y holgazanas cabecitas.
Cuando se hace referencia a la venta del cuadro en cuestión, se contempla el mismo como obra de arte, pero eso es lo formal, lo esencial es que ese objeto no está ahí como obra de arte sino que está como objeto de especulación, no es el pintor quien vende el cuadro es un especulador quien vende el cuadro a otro especulador, donde el vendedor gana lo que gana sin mediar trabajo alguno, lo que gana es pura renta, pura ganancia parasitaria. Paul Gauguin nació en 1848 y murió en 1903, cuando vendió su cuadro no lo vendió como objeto de especulación, y lo que ganó por el mismo está a años luz de esos descomunales 300 millones de dólares.
Nos preguntamos ahora: ¿qué número de la población mundial puede participar y participa en esa economía parasitaria, especulativa, no productiva? Según la revista Forbes en este año 2022 los multimillonarios del planeta son 2.668 personas. El 15 de Noviembre, que se encuentra a la vuelta de la esquina, la población mundial llegará a 8.000 millones de personas, así que esa ultra minoría de explotadores parásitos representa solamente 0,000033 % de la población mundial, lo que es manifestación de la cada vez más escandalosa desigualdad social que asola al mundo.
Resulta entonces que el ejemplo que se ha tomado  —el de la venta del referida cuadro— como solemne y aplastante demostración de que el valor de las mercancías, el valor de los productos del trabajo, es subjetivo queda totalmente fuera de la acción de casi el   100 % de la población mundial, y queda fuera también del 100% de la economía productiva.  De manera que la realidad nos señala que ese ejemplo es tan singular que queda fuera de la realidad social y económica de prácticamente el 100% de la población mundial; y qué ciencia puede permitirse el lujo, el ruidoso lujo, de establecer su verdad tomando como caso algo tan extremadamente excepcional, como es el acto de barbarie en el que un cuadro se vende en 300 millones de dólares, cuando la mitad de la población mundial está sumida en la extrema pobreza; en la ciencia —ciencia ficción— de los Milei, los Kaiser, y demás especímenes. El capitalismo de ciencia ficción es el capitalismo que solamente existe en idealistas cabezas.

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