jueves, 2 de abril de 2020

El arte como sucedáneo de la religión

Estoy en un concierto. En el escenario, una cantante y un pianista acompañante. En un momento de la actuación, la cantante se recuesta en el suelo, justo debajo del piano, mientras el pianista toca. Ese frívolo acto es una notoria manifestación de falta de inventiva, la cual es consecuencia inevitable de un pobre saber musical. Cuando la sabiduría musical es grande, todo lo que se lleva al escenario es musical y solamente musical, lo extra musical no tiene cabida, no tiene razón de ser en la creación musical  ni en la interpretación de lo creado. Acaba el concierto y escucho a una persona decir lo siguiente: "Me encantó cuando se tendió en el suelo, debajo del piano, me encantó". Inmediatamente me viene al pensamiento esta sentencia de Nietzsche: "El arte es un sucedáneo de la religión". Por lo general, se produce una entrega desmesurada y ciega, religiosa, a todo lo que viene precedido de fama; ceguera que, por otra parte, impide distinguir la calidad y profundidad de un pensamiento musical sin aditamentos y carente de la cegadora luz de la fama.

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