jueves, 29 de junio de 2017

Música y genio


Hay personas que se niegan a crecer, que se niegan a negarse, esto es, que se niegan a abandonar ese estadio de su vida en el que hace tiempo permanecen anclados. Se niegan a la evolución, se niegan a la revolución. Revolución significa salto cualitativo en el estado de las cosas. Son espíritus sobrios, que viven y se conforman con lo poco, no en su vida material, sino en su vida espiritual. Al pensamiento ajeno ordenado y razonado, si no les gusta, si les parece errado, no oponen un pensamiento ordenado y razonado, sino que oponen la fuerza bruta, la animalidad, el cabezazo. Precisamente por su sobriedad, no hacen esfuerzo alguno para entender el contenido del pensamiento que pretenden negar, y mucho menos hacen esfuerzo para reconocer la verdad que en ese pensamiento se encuentra. Al hablar se les nota mucho que poco saben del contenido del pensamiento contra el cual reaccionan, es por ello, que siempre salen por cerros de Úbeda. Cuando se les señala la Luna, se quedan mirando al dedo. Uno de esto seres se empeñó en que yo me comparaba con Igor Stravinsky, y me dijo: “Stravinsky era un genio, pero usted...”. ¿Por qué no se le ocurrirá preguntarse a este cristiano qué concepto tenía Stravinsky de la palabra genio?  Le preguntan al referido compositor: “¿Qué significa para usted la palabra genio?” Este responde: “Es una palabra patética, nada más, o, en literatura, un tópico utilizado por personas que no merecen una oposición racional”. Personas que no merecen una oposición racional. Todas estas personas que, ante el pensamiento que cuestiona lo establecido religiosamente como verdadero, reaccionan desde la animalidad y no desde la humanidad, no merecen oposición racional alguna.
¿Quién, en su sano juicio, puede creerse, que este cristiano diga de Stravinsky que es un genio, porque posee la suficiente preparación musical para llegar a tal conclusión, mediante el análisis crítico de la escucha de las obras de Stravinsky? Ni él mismo se lo cree; a saber cuánto tiempo a dedicado a escuchar la música de Stravinsky. Y digo a escuchar, y no a oír; para oír no es menester preparación musical alguna. Lo que este hombre afirma, lo afirma porque es lo que dice la mayoría, porque el cree en la verdad por consenso. Lo que hace falta saber es si cuando se estrenó la Consagración de la Primavera, que se armó un escándalo de mil demonios en todo el teatro, si él formaba parte de la gran mayoría que abucheaba o era uno de los poquitos que aplaudían de forma íntima reconociendo la gran maestría del compositor.
Habla ahora Federico Nietzsche. -¡Guardaos de hablar de dones naturales, de talentos innatos! Podemos citar hombres grandes de todo género que fueron poco dotados. Pero adquirieron la grandeza, se convirtieron en “genios” (como se dice) por cualidades que no nos gusta reconocer que carecemos de ellas: todos ellos tuvieron esa robusta conciencia de artesanos, que comienzan por aprender a formar perfectamente las partes antes de arriesgarse a hacer un todo grandioso; se tomaron tiempo para ello, porque les gustaba más el buen resultado del detalle, de lo accesorio, que el efecto de un conjunto deslumbrador-. La gran mayoría de los músicos se niegan a ponerse en la senda que señala Nietzsche, porque eso supone muchos años de sacrificado estudio y de anónimo trabajo, hasta que se está en la posesión de subir al escenario algo digno de ser mostrado. La gran mayoría de los músicos están en la cómoda labor de darse a conocer en lugar de la sacrificada labor de conocer. Confunden lo grandioso con lo grande. Una orquesta grande, una larga composición; cuando en realidad son incapaces de escribir una sencilla voz de acompañamiento a una melodía popular, que esté ordenada en la Organización Tonal, que esté ordenada en la Forma. Porque al detalle, a lo pequeño, a lo aparentemente insignificante, no han querido nunca dedicar tiempo alguno. Esclavos son de lo grande y huérfanos de lo grandioso.

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